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Por el Abecedario de Gilles Deleuze: Testimonio
por Patrice Guinard

-- traducción Angeles Rocamora --


Aparecidas en 1996 (ed. Montparnasse), las conversaciones de Gilles Deleuze con Claire Parnet fueron grabadas en 1988-1989. Conforme al deseo de Deleuze, el documento póstumo de video fue difundido después de su deceso, que sobrevino el 4 de noviembre de 1995.
 

Un abecedario de conceptos propios es mucho más que un pupurri de temas filosóficos. El aprendizaje de nociones y de temas, el de los institutos, de los programas de enseñanza, de las pruebas del bachillerato, mata la reflexión y mina el deseo filosófico, el de crear sus conceptos, el de vivir su mundo en tanto que filósofo.

Deleuze, probablemente, habría preferido un bestiario. Es por ello que la A es ANIMAL, llegar a ser-animal, mundos animales, territorios y desterritorialización. "Todo animal tiene un mundo". Y todo mundo-animal permanece extraño, exterior, recorrido de instintos distintos, al acecho, en busca de territorios y de líneas de fuga. Llegar a ser-animal es perseguir la alteridad, es resistir al laberinto identitario y refinado, es escapar a los lagos de los aparatos institucionales, es volver a ser viviente, hombre, mujer, niño, animal, vegetal.

El animal familiar, el del psicoanálisis, el de la empresa socializada por la apropiación y la descodificación del sueño por el psicoanálisis, resurgió en los medios de comunicación articulado en los dibujos animados, desde Mickey hasta Pikachu. Bestia o robot, sigue siendo el espejo impuesto por lo social, el reflejo de un mundo banalizado, el que remite primero a papá-mamá antes de hacernos errar por las galerías infames del consumo normalizado. Sin devenir ni Horizonte. El mundo permanece opaco como una pizarra sobrecargada de cuentas, decretos y prescripciones de los que el Sísife moderno es el depositario clonado.

D como Deleuze, Diferencia, Desterritorialización, Devenir, Demencia, Delirio, DESEO. Comúnmente, Deleuze ha permanecido como el filósofo del Deseo, del que El Anti-Edipo (1972), escrito con Félix Guattari, marca una ruptura con la visión concentradora del psicoanálisis. No deseamos algo o a alguien, sino un conjunto de cosas, de estados de cosas, de modos y de modalidades de cosas, por las cuales se opera una reorganización de su ser en el mundo, que inspira, estimula, incita. El deseo es siempre múltiple ya que es la promesa de un proyecto o de una transformación. El deseo es la consecuencia de una aspiración, y no hay aspiración sin multiplicidad, sin una pluralidad que multiplica y reterritorializa el ser en un nuevo mundo.

I como IDEA, ya que crear es tener ideas, filosóficas, pictóricas, musicales. Solamente el artista inspirado es capaz, "un buen día", de acceder a una verdadera idea. El resto son balbuceos de periodista, comadreo, opinión sobreestimada. El filósofo es un artista en este sentido, un constructor de conceptos, los cuales, como colores, personajes de novela o melodías, son los hogares de distribución de una perspectiva encarnada, de una posibilidad materializada. Bien sea que se presente bajo la forma de un Concepto que deja ver, representarse lo real bajo una forma hasta hoy turbia e insospechada, bien bajo la forma de un Precepto, el cual hace durar y existir un conjunto de percepciones y de sensaciones, o incluso bajo la forma de un Afecto, el cual sobrepasa el marco de la persona para compartir un trans-personal, la idea es una culminación de la alegría, y de un poder que se ha realizado, a pesar de los aparatos de poder, de represión y de depresión. Ya que los procesos deseantes están perpetuamente en busca de ideas, por su inestabilidad misma, por aquello mismo que los opone a la fijeza de los procesos gregarios.

M como Multiplicidad, Jauría [1], Mil (Mesetas) [2], Movimiento. La Tierra es Multiplicidad y drena con ella lo vivo y el pensamiento. La economía de los universales paraliza toda aproximación de las multiplicidades, único motor efectivo del deseo. Así como en el osario soñado por Jung, que Freud interpreta como el signo de la muerte de alguien. Del mismo modo, el paciente de Freud, el hombre de los Lobos, no habla de un lobo sino de una jauría, de una tribu de lobos. De este modo, la palabra es ahogada en unas parrillas de descodificación unívocas. Más generalmente, incluso sin ser censurada, ésta es desviada y batida por los utillajes sedentarios. Peor aún, se conforma en sí misma a estos recuadros instituidos por los que es vaciada de su sentido y de su fuerza. Es así como el Espectáculo se establece y, en primer lugar, el espectáculo del pensamiento e intercambios de pensamiento, por la desaparición de todo acontecimiento de pensamiento.

Deleuze critica, después de Nietzsche, la supremacía de los Universales en filosofía, ya se presenten como universales de Contemplación, como universales de Reflexión o incluso, como universales de Comunicación, este último avatar adelantado ya por Habermas en su teoría del "comportamiento comunicacional", basado en un consentimiento general del que nos cuestionamos la naturaleza y las motivaciones. La discusión de los Universales no es asunto de la filosofía sino más bien de sus gestores, de sus herederos, quienes presuponen su extinción. La filosofía viva moviliza en dos sentidos: es movimiento de pensamiento contra el estancamiento, pero también contra la agitación; ella trata sobre singularidades dispares, sobre el choque de los potenciales, de las diferencias, para hacer nacer la emoción en despecho de toda indiferencia.

Phi (fi) como Filósofo. Un filósofo crea conceptos, y el concepto construye una problemática. Un concepto no es universal ya que se inscribe en una historia cultural, la del pensamiento occidental. Se inscribe siempre en una problemática, y es el resultado de una preocupación. Así pues, la Idea platonicista – "una entidad que no es otra cosa que ella misma" --, invención conceptual por otro lado cuestionada por su creador en el Parménides, se relaciona con la cuestión de los pretendientes que aparece en los griegos: la de la rivalidad de los hombres libres en el seno de la Ciudad democrática, de la concurrencia de las ciudades en sí mismas, de la competición entre iguales.

Un concepto no es universal porque traduce una idiosincrasia. Así, la Mónada leibniziana – "una unidad subjetiva que expresa la totalidad del mundo, pero que no expresa de sí misma más que una pequeña parte" --, es la ilustración de una problemática que el astrólogo sabe entresacar de Cáncer, el cual contiene el mundo que le contiene, pues lo lleva en sí (cf. Guinard, http://cura.free.fr/esp/07domi1s.html). De este modo, recorrer el mundo e ir y venir por las múltiples sendas que siempre llevan a sí mismo, es precisamente vivirlo como una distribución de pliegues y repliegues.

Deleuze creó toda una serie de conceptos para ilustrar su filosofía sobre-diferencial. El Nómada: ese que no viaja pero que resiste a la desertificación para reapropiarse sus tierras, sus propiedades; el Rizoma como distribución que cambia de naturaleza y en función de las nuevas conexiones que son creadas; el Cuerpo-sin-órganos, no un cuerpo inerte y desnudo de órganos, sino un cuerpo lleno, abierto a lo posible, una matriz energética informal habiendo neutralizado la subordinación y la jerarquización de los órganos, los cuales paralizan la expresión del cuerpo; los Devenires => niño, => animal, => imperceptible => molecular, los cuales son siempre, y recursos de poder y estados de transformación de la percepción, desplazamientos del "punto de ensamblaje" (Carlos Castaneda); la Cantinela, como remedio a la queja proferida por quien no tiene ni estatus, ni función, ni sitio en la sociedad, y como canto propio, expresión primera de la emoción de ser, a pesar de todo, en él mismo, en el seno del cosmos; la Imagen-Movimiento, ligada a la vida, a la expresión de la vida, llevada a su incandescencia máxima en la dramaturgia de Carmelo Bene, como en la gran pantalla en Capricci o Don Giovanni; el Esquizo-análisis con Artaud ("Yo soy único juez de lo que está en mí"); la Inmanescencia contra toda trascendencia; las Líneas-de-fuga y la Desterritorialización; las Máquinas Deseantes.

Sin embargo, ¿cómo puede el filósofo que crea conceptos que le son propios acceder a la generalidad de la función filosófica? Es que es el concepto es un "cuasi-universal", un particular compartido, un singular distribuido. Es el fruto de una reflexión sobre otras distribuciones de conceptos y el límite personal por el cual el filósofo puede rendir cuentas, la consecuencia de un trabajo sobre lo cotidiano del pensamiento, que es lo real mismo, ese del filósofo.

A menudo escuchamos decir, sobre todo entre los investigadores racionalistas: "Yo no tengo opinión filosófica". Pero no existe la "opinión filosófica": no hay más que la filosofía y las opiniones, y también el pensamiento y el no-pensamiento. Ya que la filosofía, después de Platón, se construyó precisamente contra la opinión. No tener opinión filosófica es un contrasentido: en primer lugar es no tener filosofía, por supuesto, y es ciertamente también: estar condenado a la opinión. Ya que la opinión, como la razón común, no cesan de llenar el espacio de las conciencias esclavizadas a las representaciones mentales del ambiente, tanto las de las revistas de quiosco como las de los periódicos académicos. Al contrario, una filosofía, con todo lo subjetiva que sea, es lo contrario de la opinión. Deleuze lo demostró en su ¿Qué es la filosofía? (1991): el concepto filosófico no es solamente un nuevo útil de pensamiento, por definición limitada por su subjetividad, sino que se dispone en una nueva perspectiva, su plano de inmanencia, una suerte de imagen previa del pensamiento, de marco indefinido necesario para el ejercicio de conceptualización, de horizonte reconstruido por la disposición de los conceptos. De aquí la idea de Pop-filosofía, la de la necesidad de una lectura no-filosófica de la filosofía: "Si la filosofía comienza con la creación de los conceptos, el plano de inmanencia debe ser considerado como pre-filosófico. Se presupone, no por la manera en la que un concepto puede remitir a otros, sino en la que los conceptos remiten ellos mismos a una comprensión no-conceptual." (QQLP, p. 43)

V como Vida, Vivo, Velocidad, Visión, VOZ. La importancia de Deleuze se debe principalmente a su voz, una voz viva, atestiguada por sus obras, y felizmente por este documento sonoro, El Abecedario, en el que expone con sinceridad sus vínculos, él que siempre rechazó los compromisos mediáticos y artificiales del Espectáculo. Una voz, la de una presencia cálida, mucho más fuerte que un discurso: no la voz de un maestro de filosofía, sino la de un próximo, de un amigo, porque Deleuze nos convence de que los filósofos no se han contentado nunca con hablar entre ellos, sino que han conversado siempre de nosotros, no en tanto que sacerdotes, sino de la parte de nosotros-mismos que a asumido su solitud, de esta parte indecible, abierta sobre lo posible, creativa y viva porque ha superado el miedo de esta solitud.

Una voz que hace verdaderas preguntas, tanto es así que una de las tareas urgentes del filósofo, si aún quedan hoy, es la de cuestionar las preguntas formales y vacías de sentido establecidas por el gestor de la filosofía de las escuelas. Deleuze permanece como el testigo vivo de sus predecesores, Spinoza, Schopenhauer, Nietzsche, grandes solitarios, pensadores, todos ellos resistentes del no-pensamiento, del liso pensamiento del consenso, es decir, de "la conveniencia, la convención, según la cual se substituirán las cuestiones y los problemas por simples interrogantes, interrogantes del tipo: ¿Cómo estás?". Ya que no existen las malas preguntas: sólo existe la erradicación de las preguntas con el sólo propósito de la vacuidad consensual. De aquí la importancia de las nociones de territorio y de deseo: no dejarse desposeer de lo que nos pertenece, ya que las máquinas sedentarias no actúan para desarrollarse y aumentar sus propias posesiones, sino para extender su vacuidad y porque, precisamente, no poseen nada propio.

V como Vincennes, ese lugar que fue el del encuentro de Deleuze con su público, heteróclito y dispar: estudiantes, locos, drogadictos, pintores y arquitectos, reunidos en el crisol de una sala ahumada para escuchar su voz susceptible de su hablar hasta el punto de intensidad del proceso de comunión, ese de la emoción. El 14 de noviembre de 1978, me fugué por primera vez de las clases de otra universidad parisina para seguir el G5 062, Nómadas, Máquinas de Guerra y Aparatos de Estado, consagrado a la trilogía indoeuropea de las funciones sociales, y al doble enfoque del mito: el enfoque comparativo de Jung, consistente en extraer arquetipos y símbolos según su semejanza, y el enfoque estructuralista de Dumézil, consistente en organizar estos símbolos en el seno de un sistema de relaciones diferenciales.

Yo acababa de hojear el Nietzsche y esperaba inocentemente a un Hércules desbordante de vida y de seguridad. Un hombre encorvado, frágil, enfermizo, se abre camino a través de un pasadizo, con media hora de retraso, en una sala llena y sobrecargada. Se quita su sombrero de mafioso retirado, su impermeable grisáceo, su bufanda, y deja al descubierto un jersey usado con parches en los codos. Tiene los cabellos grises, peinados hacia atrás, y unas uñas amarillas exageradamente largas. Los rasgos de su rostro están marcados por una delicadeza que le vuelve inmediatamente simpático.

Algunos murmullos en la sala. No toma la palabra, como si esperase que otros hablaran. Al fin, sus primeras palabras: "¿Tienes un cigarrillo?" Después, el curso es interrumpido apenas comenzado por algunos atrasados aglutinados en la entrada de la sala que se quejan de no escuchar. Deleuze, como de broma: "¡Oh!, ¡De lo que estoy diciendo!", después, irritado y lanzando estas palabras que arrojaron un frío en la sala: "Si ustedes no oyen, ¡váyanse!". Me gustaba este hombre.
 
 

[1] Nota de la traductora: En francés jauría es meute, con lo que en el idioma original  la palabra sigue el principio de abecedario que el autor propone.

[2] Nota de la Traductora: El autor juega con el título de una de las obras esenciales de Gilles Deleuze: Mille plateaux (= Capitalisme et schizophrénie 2), Mil Mesetas (= Capitalismo y esquizofrenia 2), ed. de Minuit, Paris, 1980. Deleuze emplea en su obra este término "meseta" en un sentido metafórico. Cf.: "Cada tema (moral, lingüístico, semiótico...) se supone que constituye una "meseta", es decir, una región contínua de intensidades."



Referencia de la página:
Patrice Guinard: Por el Abecedario de Gilles Deleuze: Testimonio
http://cura.free.fr/esp/28delesp.html
[versión francesa, http://cura.free.fr/28deleuz.html]
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