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Eustache Lenoble (1643-1711): Un Balance
sobre la Astrología en la época de su Ocaso

(Con los extractos de su Urania, o los Cuadros de los Filósofos)
por Patrice Guinard

-- traducción Pía Urruzuno --


Lenoble, según las indicaciones que da sobre su propio tema natal en diversos lugares de su Tratado (Marte en el grado 13 de Sagitario al final de la casa V, la Luna en el grado 23 de Cáncer en el Ascendente, la cúspide de la casa XII a 21 grados de Géminis...), y como utiliza probablemente la domificación Placidus, menos difundida que la de Regiomontanus, pero más práctica (p.254), habría nacido a las 17:45 hs., el 26 de diciembre de 1643 en Troyes (ninguna hora está indicada en la página 162 del registro parroquial de Sainte-Madeleine). [1]


 

Eustache Le Noble, barón de Saint Georges y Tennelière, historiador, físico y astrólogo, fue sobre todo un dramaturgo de cierta importancia, y sus obras completas se reeditaron con carácter póstumo, en 20 volúmenes en París en 1718, luego en La Haya en 1726. Conoció una vida apasionada y agitada (dedicado a los refinamientos libertinos, dilapida su fortuna en unos pocos años; encarcelado, se evade para unirse a una mujer antes de ser apresado algunos años más tarde), estuvo mezclado en política (se le nombra Fiscal General del Parlamento de Metz), y muere el 31 de enero de 1711 en la miseria. [2]

Este espíritu ecléctico dejó dos textos astrológicos importantes. La Dissertation chronologique et historique touchant l’année de la naissance de Jésus-Christ (Disertación cronológica e histórica con relación al año del nacimiento de Jesucristo) (París, 1693) retoma la teoría de las Grandes Conjunciones enunciada por Kepler en su Tratado De Stella nova (Praga, 1606). Este tema ha sido discutido ampliamente por los astrólogos, desde Abû Ma’shar hasta la reciente obra de Percy Seymour [3], pasando por Alberto el Grande, Guido Bonatti, Cecco d’Ascoli, Pierre d’Ailly, Luca Gaurico, Gerolamo Cardano, Kepler entre otros.

Su segunda obra, el Urania, o los Cuadros de los filósofos (Uranie, ou Les Tableaux des Philosophes) (París, G. de Luynes, 1694-1697, 3 vol.; reeditado en París, Pierre Ribou, 1718) es un tratado ambicioso, de carácter astrofilosófico: los libros I y II tratan acerca de la filosofía griega (presocráticos, Platón, Aristóteles, Epicúreo...), los libros III e IV acerca de la filosofía moderna (esencialmente Gassendi, Descartes, Copérnico y Tycho Brahe), el libro V de los fundamentos de la astrología, y el libro VI de los juicios astrológicos.

Lenoble invita a compartir su visión crítica de la astrología, libre de los prejuicios racionalistas como de las supersticiones de los espíritus crédulos. Si "este arte no puede producir jamás algo absolutamente cierto" (p.127), no significa necesariamente que no haya que otorgarle ninguna importancia. La imposibilidad de producir juicios predictivos no invalida el discurso astrológico en su conjunto. La astrología es una filosofía, y el Urania es precisamente en primer lugar un compendio de la historia de filosofía, desde los Presocráticos a Kepler, astrólogo - astrónomo.

Pero una filosofía ignorante de la astrología, como la de Descartes, se apoya a sí misma sobre bases muy frágiles. El Cogito por ejemplo, que señala la separabilidad de las conciencias, no es más que una de las posturas posibles del espíritu humano, que el conocimiento astrológico tiene precisamente por intención hacer comparecer con las otras.

Lenoble acusa a los detractores de astrología, pensadores, filósofos y teólogos, de confundir la astrología con las prácticas abusivas que la desvirtúan. No es porque la literatura astrológica ha producido un fárrago de afirmaciones supersticiosas y pueriles, que la astrología en sí deba ser descartada sin examen. En cuanto a la mayoría de los consultores astrológicos, estos "vendedores de humo" (p.301), parecen ignorar la verdadera naturaleza de la astrología.

Así el objetivo del Urania es presentar una visión purificada de la astrología, para el uso tanto de los intelectuales como del público en general: "los supuestos espíritus fuertes que la culpan y la menosprecian sin conocerla serán convencidos de su error, y tendrán por ella un poco de indulgencia (...) las almas débiles que por una ciega credulidad se vuelven las víctimas de los charlatanes que ultrajan este conocimiento, y que pasan los límites para intentar predicciones que no tienen ningún fundamento físico, no se dejarán ya así abusar fácilmente por las imposturas presuntuosas de los astrólogos." (p.127)

Al comienzo del libro VI, Lenoble refuta los principales argumentos en contra de la astrología: inutilidad de las predicciones, divergencias entre astrólogos, argumento de los gemelos, momento de concepción, incertidumbre de la hora de nacimiento y otras dificultades técnicas, desproporción entre la limitación de las cualidades elementales y la diversidad de sus efectos sobre los individuos. Intenta justificarlos por medio de los principios físicos y "naturales", a la manera de Ptolomeo y Kepler, la verosimilitud de las estructuras astrológicas, por ejemplo la atribución de las cualidades elementales a las estaciones y a los signos zodiacales por los principios de naturaleza climatológica, y así de adaptar la astrología a las exigencias de la racionalidad de su época.

Lenoble subraya que el origen de los nombres de las constelaciones zodiacales debe buscarse en las fases del ciclo solar diario (V 8), pero parece tener algo de dificultad para acceder a una concepción verdaderamente cíclica del zodíaco, lo que lo conduce a suponer (como Al-Kindî) una influencia de la luz estelar: "Sea lo que sea, es necesario concebir que todos estos nombres sirven sólo para distinguir y para designar las constelaciones, y que no tienen ninguna eficacia ni relación con las influencias que la luz de estas estrellas nos pueden aportar." (p.161). Así la interpretación mitológica debe ser abandonada en favor de una verosimilitud de orden físico.

La primera fuente de las "influencias" sería, para Lenoble como para su mayor Placidus de Titis [4] la luz: "la luz es el único canal de la influencia" (p.154), "ninguna luz, ninguna influencia" (p.208), "sin luz no hay punto de influencia" (p.233), "punto de influencia sin luz, y punto de luz sin cuerpo" (p.258)...

A pesar de su esfuerzo de racionalización y su preocupación de sanear el corpus astrológico (rechazo de los Términos o Fines aceptados por Ptolomeo (p.232) y de la Parte de la Fortuna, una "quimera" (p.256), de los nodos lunares, de las invenciones y "arabescos" de los astrólogos Arabes, de los aspectos keplerianos...), Lenoble queda prisionero finalmente, a pesar de su compromiso en favor de la representación coperniciana del sistema solar (V. 4), de la concepción física "aristoteliana" que es la que aún prevalece a fines del siglo XVII.

Así intenta justificar los aspectos (aquí el trígono) por medio de consideraciones cíclicas (cada año la luna progresa 4 signos en relación con el Sol y cada 20 años la conjunción Saturno - Júpiter progresa 4 signos) y geométricas (tres trígonos forman un triángulo equilátero) [5] y los planetas y signos zodiacales por los razonamientos de orden físicometeorológicos, a semejanza de Ptolomeo y Kepler. Sin embargo él es consciente del relativo fracaso de este enfoque, y parece admitir que estas consideraciones quedan circunscriptas por los límites del conocimiento físico de su tiempo. Contrariamente a Kepler, él está persuadido de la validez del zodíaco, de las casas e incluso de los domicilios. En lo que concierne a los signos, escribe: "Prefiero creer que los antiguos, tras largas experiencias, han reconocido en algunos de estos signos alguna cualidad dominante que les decidió a hacer esta división: es por lo que, a mi juicio, ésta no tiene ningún fundamento sólido y natural". (p.232)

Las explicaciones racionalistas de Ptolomeo permanecen a menudo especiosas. [6] El enfoque de Kepler es extremadamente crítico y selectivo, y al abandonar el zodíaco y las casas, parece, contrariamente a la frase del frontispicio de su Tertius interveniens (1610), haberse deshecho de una parte del niño con "el agua del baño". El discurso de Lenoble me parece más justo. Los fundamentos físicos y naturales, muchas veces puestos por delante en su discurso, sólo servirían a lo sumo de "razones aparentes", al menos a la espera de una física que sea susceptible de ratificar lo esencial del pensamiento astrológico, quizá la del astrónomo Percy Seymour.

La carta natal de Lenoble explica bastante bien su ambivalencia, a saber, su preocupación de purificar el discurso astrológico (Saturno en el MC y Sol en Capricornio), preservando la integridad de un corpus verosímil (Luna en el Ascendente), esencialmente lo que he llamado las estructuras astrológicas, imagen de la matriz astral. [7] Debido a que en astrología, no hay como en filosofía, un origen, un centro, un foco, visible u oculto, que sería el punto de organización de los conceptos y de desarrollo del discurso: todo es estructura, todo comienza y termina con las estructuras. El zodíaco es una estructura cíclica antes de ser una simbología; opera como arquetipo para el psiquismo y para los recortes de lo real en que resulta. Los operadores astrológicos se organizan en estructuras temporales que dependen hacia arriba del real astronómico y generan hacia abajo los significados e interpretaciones "metafóricos". Lenoble lo entendió, incluso si no supo expresarlo siempre.

Notas

[1]  Es frecuente en esta época para los autores de Tratados de astrología dejar indicaciones esparcidas en sus obras, a fin de que el lector informado pueda encontrar sus datos de nacimiento. Al igual que Antoine de Villon en su tratado L’usage des éphémérides (El uso de las efemérides, París, 1624) o aún de Nicolas de Bourdin en su comentario de la pequeña recopilación pseudoptolomeica, Le Centilogue de Ptolomee ou la seconde partie de l’Uranie (El Centilogo de Ptolomeo o la segunda parte del Uranie , París, 1651). Una lectura atenta de este texto permite deducir que este autor nació el 2 de noviembre de 1603, y no en 1583 (!) como lo indica, en su reedición en facsímil de esta obra (París, Tredaniel, 1993), Jacques Halbronn, que confunde a Nicolas con un pariente. « Texto

[2]  Sobre Eustache Lenoble, véase mi artículo "Apogée de l’astrologie française à la fin du XVIIe siècle", (en Astralis , 19, Lyon, 1987) y también las "Recherches sur l’histoire de l’astrologie et du tarot", comentario de Jacques Halbronn a su edición de Etteilla, L’astrologie du Livre de Thot (París, Trédaniel, 1993), del que algunas páginas relativas a Lenoble (p.15-21) se inspiran en este artículo. « Texto

[3]  Percy Seymour, The birth of Christ (Exploding the myth) , London, Virgin, 1998. Véase también Ornella Pompeo Faracovi, Gli oroscopi di Cristo , Venezia, Marsilio, 1999. « Texto

[4]  "La virtud influyente de las estrellas es la luz." (Placidus de Titis, Primum mobile , traducción Claudine Besset-Lamoine, París, FDAF, 1998, p.2). « Texto

[5]  Uranie, ou les Tableaux des philosophes 5.21, p.216. « Texto

[6]  Véase en particular su justificación de los domicilios planetarios en el Tetrabiblos: La Tetrabible ou Les quatre livres des jugements des astres , trad. Nicolas de Bourdin (1640) revisado por René Alleau, Paris, Denoël / Culture, Arts, Loisirs, 1974, p.54-56; o también Le livre unique de l’astrologie, , trad. Pascal Charvet, Paris, NiL, 2000, p.64-65. « Texto

[7]  Sobre estos conceptos de operador astrológico, estructura astrológica y matriz astral, véase mi Manifiesto, http://cura.free.fr/esp/06aem1.html. « Texto
 



Eustache Lenoble : Urania, o los Cuadros de los filósofos (extr.)
 
 
Nota P.G.: Referencia de mi comentario y de los extractos elegidos de los libros V y VI del Uranie: Les Oeuvres de Mr Le Noble (Las obras del Sr. Le Noble), Tomo XVII, París, Pierre Ribou, 1718, p.125-345. 

Transcripción, según el ejemplar Z 20670 de la BNF (paginación entre corchetes), de los capítulos 1, 8, 20, 21, 24 y 25 del libro V, y de los capítulos 1, 2, 7 y 21 del libro VI por Véronique Lepage y Luc-André Rey, a quién agradezco calurosamente.
Verificación del texto: Patrice Guinard.


 

[p.125]

 

LIBRO QUINTO.

CAPÍTULO PRIMERO.

Proyecto del quinto libro.

En los cuatro primeros Libros que he dispensado al público bajo el nombre de Uranie, he explicado suficientemente todos los pareceres de los filósofos tanto antiguos como modernos.

Se ha podido ver en el primero todo aquello que las nueve sectas de los Antiguos tuvieron en común o de diferente sobre las tres partes a las que ellos redujeron la Filosofía, que son la Lógica, la Moral, y la Física, de las cuales la última comprendía también la Metafísica; y en el segundo, informo allí muy exactamente toda la sustancia abreviada de las dos filosofías de Gassendi y de Descartes, que sobre los principios de algunos [p.126] antiguos quisieron establecer nuevos Sistemas de esta ciencia.

No la he tratado a la manera de la Escuela, porque no me propuse decidir sobre sus opiniones; sino que mi único objetivo ha sido el de agregar a mi Escuela del mundo esta instrucción, para dar a un hombre honesto que está en el comercio de las personas de entendimiento, un tinte lo bastante fuerte de todas estas distintas Filosofías para poder extenderse sobre ello, y para tomar partido si quisiera informarse más profundamente.

Así pues, no me queda más para cumplir con esta obra, que dar mi Tratado de la ciencia Celeste, que había prometido no solamente al final de mi cuarto Libro, sino en esta curiosa Disertación que hice en relación con el Año del nacimiento de Jesucristo; y cumplo esta promesa de la que las persecuciones injustas que he sufrido debido a la iniquidad de los hombres, y por el crédito de mis enemigos, habían suspendido la ejecución. Así, pretendo contener en este quinto y sexto Libro todo lo que pueda referirse al Cielo, sea para la ciencia sólida y indudable de la astronomía basada en principios ciertos, sea para el Arte erróneo y conjetural de la astrología judicial basada en conveniencias extraídas de algunas experiencias.

Es esto lo que voy a tratar en las dos partes de este Volumen, en la primera de las cuales estableceré los principios de la ciencia cierta de la Astronomía sobre los cuales se construyó el arte erróneo y conjetural de la astrología judicial; y en la segunda, estableceré [p.127] los justos límites que se deben prescribir a este Arte, que no puede producir jamás algo absolutamente cierto, y que por el menosprecio de los ignorantes que hablan de ello y lo censuran sin conocerlo, o por el atrevimiento temerario de los charlatanes que por interés lo empujan al exceso y abusan, llegó a ser por así decirlo el oprobio de las ciencias, y de tal manera que aquellos que parecen querer darle alguna aplicación, pasan o por espíritus débiles, o por ridículos.

Yo espero pues que quien haya leído este último libro, o más bien esta parte que reservé para el final de la Filosofía, estará suficientemente informado de la veneración que se le debe a la ciencia sublime de la Astronomía, de la cual no pretendo establecer más que los principios para poner a un hombre en la vía de instruirse más profundamente en los Libros de los grandes Maestros; y que respecto al Arte conjetural de la Astrología los pretendidos espíritus fuertes que la censuran y la menosprecian sin conocerla serán convencidos de su error, y tendrán por ella alguna indulgencia; y que finalmente las almas débiles que por una ciega credulidad se vuelven las víctimas de los charlatanes que ultrajan este conocimiento, y que pasan los límites para intentar predicciones que no tienen ningún fundamento físico, no se dejarán ya así abusar fácilmente por las imposturas presuntuosas de los astrólogos, y no les pedirán más que lo que puedan darles según los límites dentro de los cuales pretendo que su arte debe ser contenido. [p.128]

En una palabra, verán que según mi sentimiento se debe igualmente censurar a aquellos que le conceden demasiado a la astrología judicial atribuyéndole más de lo que ella puede, y a los que no le han dado absolutamente nada. Que aquellos que la sitúan más allá de sus límites salen de los principios de la Física, pero que aquellos que no le quieren dar nada no entran en sus principios, y que finalmente los unos y los otros, o por defecto, o por exceso, ofenden a la naturaleza, y a menudo a la razón; y entre estos dos extremos viciosos, intentaré mostrar el camino que se puede tomar para no caer ni en uno ni en otro.

[ p.157 ] CAPÍTULO VIII

De las Constelaciones.

Toda esta multitud de Soles esparcidos en los espacios inmensos del cielo, y que conocemos bajo el nombre de Estrellas, fueron el objeto de la contemplación de los primeros Astrónomos, quienes para ayudar a su conocimiento y dar algún orden a aquello que les parecía confuso, reunieron a las que se encontraban cercanas las unas de las otras, y de estos diferentes conjuntos compusieron las constelaciones, a las que les dieron como nombre el que les gustó.

Es de creer que comenzaron por la división de las doce constelaciones que componen el zodíaco, y que habiendo visto [ p.158 ] que durante el año de la revolución del Sol la Luna se reunía doce veces con él, y que retornaba doce veces a su lleno, estas doce lunaciones que a once días y ocho horas casi igualaban esta revolución solar, les obligó a dividir en doce partes la línea Equinoccial, y este espacio de un lado y de otro se extiende hasta los dos trópicos, y sirve de ruta a los planetas.

Esta división no era imaginaria, y fue allí determinada por una razón muy sólida; no solamente a causa de estas doce estaciones de la Luna, sino porque el Sol en doce meses pasa dos veces por la línea Equinoccial, y luego separándose a la derecha y a la izquierda hasta los dos puntos de los trópicos, corta y divide realmente al año en cuatro partes iguales, que componen las cuatro estaciones; y cada estación teniendo su comienzo, su medio y su final que la subdividen realmente en tres partes de distinta temperatura, no se podría imaginar una división más natural del cielo que la de dividirlo en doce partes, de las que tres serían asignadas a cada estación.

Esta división así hecha en la imaginación de los primeros hombres que, como se lo ve por la Escritura santa, no habitaron la tierra más que de este lado de la línea, no podían comenzar mejor esta división que en el punto equinoccial en el cual el Sol, cuyo movimiento ellos suponían, parecía remontarse hacia ellos: Así desde este punto hasta el trópico de la máxima elevación del Sol, compusieron tres [ p.159 ] constelaciones a las que les dieron tres nombres convenientes a su efecto. La primera pues fue nombrada el Carnero (Aries), no solamente porque el Carnero se toma como conductor de la manada, sino porque el salto de este animal parece un emblema justo para señalar que el Sol saltó la línea para dirigirse hacia ellos. El segundo fue nombrado el Toro (Tauro), para mostrar el aumento de las fuerzas del Sol, y esta misma razón hizo dar al tercero el nombre de Gemelos (Géminis), como queriendo decir que esta fuerza del Sol era nuevamente redoblada en este signo.

Pero desde el punto del trópico que divide el zodíaco en otras tres constelaciones hasta el punto del otro Equinoccio, les dieron los nombres de Cangrejo (Cáncer), de León (Leo) y de Virgen (Virgo). El primero, porque el Sol no bien ha alcanzado este punto, comienza a retroceder hacia atrás. El segundo, porque el calor del Sol tiene entonces su mayor fuerza, y para el otro poco concibo la razón, si no es que ellos sólo habían querido señalar que la castidad es en este momento más necesaria que en cualquier otro período.

Las tres constelaciones siguientes comenzaban en el punto del Equinoccio de Otoño, y tuvieron los nombres de Balanza (Libra), de Escorpión (Escorpio), y de Sagitario. El primero extraído indudablemente de la igualdad de los días y de las noches. El segundo, debido a la malignidad del aire y de las enfermedades muy frecuentes en esta época más que en cualquier otra; y el último, para mostrar la fuga del Sol a poco de alcanzar el otro trópico [ p.160 ]

Finalmente este trópico de invierno hasta el punto Equinoccial de la Primavera, tuvo su espacio dividido en tres constelaciones, llamadas el Carnero (Capricornio), el Vertedor de agua (Acuario) y los Peces (Piscis) . El primero, porque es un animal horrendo y melancólico; El segundo, debido a las precipitaciones frecuentes de esta estación; y el tercero, por los grandes desbordes de las aguas causados por las precipitaciones que los precedían.

He aquí de que manera ellos dividían el zodíaco; de donde se puede ver la impertinencia de los Astrólogos, de asignar a estas constelaciones influencias que responden a la naturaleza de los animales cuyo nombre se les dio, puesto que estos nombres que sólo sirven para designar los efectos de la aproximación o del alejamiento del Sol, no convienen mejor a estas constelaciones, y no son más eficaces, que los letreros que se ponen por capricho a las casas.

Después de que estos primeros Astrónomos hubieron con mucha razón y juicio dividido este zodíaco en doce partes, y cada parte en treinta grados, para componer el número de 360, que corresponde aproximadamente a los 365 días y seis horas que el Sol parece emplear, o que para hablar más exactamente la tierra emplea en su revolución, dividieron el resto del Cielo en constelaciones, que ellos llamaron, sea por imaginación, sea por los nombres conforme a sus figuras, como el triángulo y la corona, sea por su número, o finalmente basados en los efectos de los que creían tener alguna experiencia.

Por ello a las siete Estrellas que [p.161] componen la osa mayor, y a las siete que forman la menor, les obligó a darle el nombre de Septentrion (Norte) a la parte del Cielo que ocupan, y que las llamaran la Osa mayor y menor; como si las cuatro estrellas que hacen una figura cuadrangular representaran sus cuatro pies, y los otras tres su cola, y que le dieron el nombre de serpiente a un línea de Estrellas que serpentea entre una y otra.

Cualquiera sea el caso, es necesario concebir que todos estos nombres sólo sirven para distinguir y para designar las constelaciones, y que no tienen ninguna eficacia ni relación con las influencias que la luz de estas Estrellas nos puedan aportar. Sobre todo respecto a los doce signos del zodíaco que no son hoy ya como eran en el momento en que se hizo la división, puesto que el espacio que llamamos hoy el Carnero (Aries), y que comienza en el punto del corte Equinoccial de la Primavera hasta treinta grados siguientes, no está ya bajo las estrellas del Carnero (Aries), sino bajo la de los Peces (Piscis). Ahora bien, no es este lugar imaginario llamado el Carnero (Aries) el que influye, sino son las estrellas mismas, que encontrándose en conjunción con el Sol o los Planetas, les suman su influencia, o que encontrándose en los puntos cardinales de una figura, extienden su virtud con ayuda de su luz, sobre los cuerpos dispuestos a recibirla. Así la virtud de la constelación que hizo hace dos mil años los Peces (Piscis), pasó indudablemente al Carnero (Aries), y la del Carnero al Toro (Tauro), puesto que la virtud reside en la Estrella que influye por su luz, y que las Estrellas que hicieron la [ p.162 ] constelación de un signo pasaron a otro: Pero reservo esta materia para tratar en su lugar.
 

[ p.206 ].

CAPÍTULO XX

De las influencias Celestes.

El comportamiento de los cuerpos celestes con los sublunares consiste en el flujo perpetuo de las influencias que los inferiores reciben de los superiores, y que contribuyen a su generación, a su mantenimiento, y a su destrucción. Ya he dado en algunos lugares una vasta idea: pero como es el Astrónomo quien debe conocer en qué consisten estas influencias, y al Astrólogo el combinar el efecto para extraer sus conjeturas; es necesario profundizar en este conocimiento antes de pasar de la clara ciencia de la Astronomía al arte incierto de la Astrología.

La influencia es la emanación de una virtud secreta que parte de los cuerpos celestes, y que insinuándose en los cuerpos sublunares los determina a algunas cualidades que les son [p.207] impresas, y estas cualidades se reducen a las diferentes combinaciones del calor, del frío, de lo seco y de lo húmedo, que crean los diferentes temperamentos de todos los cuerpos, no habiendo allí ninguna otra a la cual este temperamento se pueda relacionar.

Según los principios de la Física no se puede operar ninguna acción en un sujeto más que por una virtud activa; de otra manera, un efecto se produciría sin causa eficiente, lo que sería un absurdo. Pero como la causa eficiente no puede actuar sino por la impresión del movimiento, es necesario que afecte al sujeto, y así entonces lo que está separado, como el cuerpo celeste lo está del cuerpo sublunar, es necesario que se junten por medio de alguna virtud instrumental que les afecte a ambos, y que sea el canal de lo que emana de uno para pasar al otro; por ejemplo el calor no puede llevarse de un astro al cuerpo humano sino por medio de un vehículo que pase de uno a otro.

Ahora bien no puede haber allí otro canal para estas influencias celestes que la luz; y así los planetas que no tienen luz no pueden de ninguna manera influir por sí mismos, y lo hacen con la ayuda de los rayos del Sol que ellos reflejan.

Para comprender pues todo el secreto de las influencias celestes, es necesario concebir que no hay más que cuatro cualidades primitivas, de las que las distintas modificaciones que son innumerables componen todos los diferentes temperamentos, y que el Sol, la Luna, y los otros Planetas según sus diferentes familiaridades o combinaciones hacen todas estas distintas modificaciones [p.208]

Hasta ahora quienesquiera que sean no han explicado bien cómo opera la cosa, y es lo que ha lanzado a los Astrólogos a una infinidad de errores, e hizo extraviar a los Árabes en divisiones ridículas por el establecimiento de sus partes quiméricas, que no pueden devolver ninguna luz. He aquí pues de qué manera se lleva a cabo la influencia.

Es necesario colocar como principio esta máxima: ninguna luz, ninguna influencia. Y sobre este fundamento comprender que la luz que parte del cuerpo del Sol va a golpear a la tierra de dos maneras, o por su rayo directo, o por sus rayos reflejados sobre los otros Planetas; que su rayo directo dirige sobre la tierra su influencia pura y sin ninguna modificación, la que consiste en un fuerte calor, y con muy poca humedad; y en cuanto al rayo que lanza sobre el planeta, este rayo se modifica no solamente según la naturaleza de este planeta que humedece, seca, calienta o enfría la influencia; sino también según el aspecto o la diferente configuración que tiene el Sol con el planeta. Y este planeta habiendo recibido este rayo reenvía sobre la tierra una parte que tiene sólo la cualidad que él le ha comunicado, y rechazando otras partes sobre los otros planetas con los cuales está en aspecto, y que habiéndolas también modificado según su propia naturaleza, las refleja finalmente sobre la tierra.

Esto se comprenderá mejor por los ejemplos. Figúrense que el Sol está en el horizonte (ASC), que la luna está a la parte baja del cielo (IC), y Saturno en el poniente (DC). El Sol derrama por un rayo directo una influencia caliente y fuerte [p.209] sobre el cuerpo sublunar; pero su rayo caliente emitido sobre Saturno que le está opuesto es enfriado y resecado por este planeta, que reenvía sobre el cuerpo sublunar este rayo tanto más envenenado en cuanto que su configuración es maligna; y al mismo tiempo otro rayo del Sol siendo emitido sobre la Luna, ella lo humedece y lo enfría según el estado en el cual se encuentra, y lo refleja malignamente porque está en mala configuración; pero además de eso como la Luna y Saturno están en un aspecto de cuadratura, reflejan uno sobre otro el rayo del Sol envenenando y corrompido y, y lo envenenan aún más comunicándole todas sus malas cualidades. Y es por este medio que las malas influencias de Saturno y de la Luna se extienden sobre el cuerpo sublunar.

Si al contrario el Sol está en el Mediocielo (MC) uniéndose a Venus en su apogeo, y que más allá se observa un trígono a Júpiter que estará en la segunda casa, el Sol derrama sobre el cuerpo sublunar una potente influencia caliente mediante su rayo directo, y derrama una mejor aún mediante su rayo reflejado sobre el cuerpo de Venus que humedece y atempera agradablemente su calor, y aún una más feliz mediante su rayo reflejado sobre el planeta Júpiter que devuelve su influencia luego de haberle dado un temperamento tanto más favorable por cuanto tiene con este astro la mejor de todas las miradas. Y finalmente sumado a los beneficios Venus y Júpiter están en una feliz familiaridad, y devolviéndose uno al otro el rayo que han convertido en benéfico, [p.210] el temperamento aún de una manera más exquisita, y es por este medio que descienden sobre el cuerpo sublunar las influencias de estos dos benéficos cuyo único canal es la luz solar.

De ahí se desprende que toda influencia que venga de algún planeta, es propiamente la influencia del Sol modificada afortunadamente o desgraciadamente por las cualidades internas de los planetas que han mezclado su calor, su humedad, su frialdad o su sequedad, y que cuando se habla de la influencia de Júpiter, es preciso pensar que es la influencia del Sol atemperada y mejorada por las buenas cualidades de Júpiter; que la influencia de Saturno es la influencia del Sol, envenenada por la malignidad de Saturno, y así del resto.

En segundo lugar, que lo que no puede enviar luz no envía ninguna influencia; y que así la Luna eclipsada o colocada debajo el Sol, y Venus y Mercurio en su perigeo no tienen ninguna fuerza, y que no nos devuelven ninguna influencia extraída del Sol en el momento que pasando bajo él, la cara que nos presenta está sin ninguna iluminación.

En tercer lugar, que las influencias que nos vienen por la luz reflejada de los planetas son más fuertes, o más creíbles, peores, o mejores, según el ángulo que el rayo del Sol hace sobre ellos, y que es la fuente de los buenos o malos aspectos y de las configuraciones fuertes o inútiles.

Por último, que como las mezclas de estos rayos se hacen de infinitas maneras, y de modo que jamás puede llegar una misma mezcla aún cuando el mundo durara un [p.211] millón de siglos; de allí viene que no hubo y que nunca habrá en el mundo dos temperamentos enteramente iguales; es de donde procede esta admirable diversidad que se observa no solamente en los aires, en el tamaño, pero [también] en las caras de todos los hombres, y se puede también sobre este fundamento juzgar la amistad o la enemistad que causan entre los planetas sus diferentes cualidades, y que son tanto más amigos o más enemigos cuanto que son más o menos amistosos.

Así el Sol que es caliente, y que quiere una humedad moderada para atemperar su rayo, simpatiza mucho con Júpiter y Venus, algo menos con Mercurio y la Luna, el primero no pudiendo comunicar humedad a su influencia, y la otra comunicándole a veces demasiado; y finalmente concuerda mal con Marte y Saturno, uno secando y encendiendo en exceso sus rayos, y el otro secándolo y enfriándolo. La Luna muy húmeda y pobremente caliente simpatiza mucho con Júpiter, bastante con Venus, mediocremente con Mercurio, y de ninguna manera con Saturno y Marte. Saturno por sus dos cualidades malignas no simpatiza con otro planeta más que con Mercurio, pero sobre todo es un cruel enemigo de Venus. Júpiter tiene simpatía con todos excepto con Saturno, pero Marte es un enemigo terrible de la Luna, maligno con Mercurio, confiere violencia a Venus y a Júpiter, y envenena la maldad de Saturno. Y Venus y Mercurio son susceptibles de simpatía y antipatía según la combinación con los otros [p.212]

No se puede dudar de esta armonía ó discordia que produce la maravillosa armonía de las influencias, tan pronto como se concibe que las cualidades pueden recibir ataque, por la combinación de un contrario, o por la unión de un similar que lo vuelve inmoderado. Que así la influencia caliente del Sol es estropeada por el frío de Saturno y por el calor intemperado de Marte; que la influencia de este astro que resulta poco húmeda es incluso herida por el sequedad de Marte, de Saturno, y de Mercurio, y a veces por la excesiva humedad de la Luna; y que dos planetas que están opuestos por ambas cualidades, como Venus caliente y húmeda a Saturno frío y seco, y la Luna húmeda y casi fría a Marte caliente y seco, son mucho más enemigos que aquellos que están opuestos sólo por una cualidad, como los que simbolizan en ambas son más amigos que los que concuerdan sólo en una.

Es también por las diferentes cualidades de estas influencias que el sexo se determina. Ya que como hay dos principios de generación el calor y la humedad; el calor es la cualidad activa, y la humedad es la pasiva. De ahí se puede fácilmente conocer el sexo de los planetas; no es que pretenda imaginar o decir que ellos tengan en si mismos algún sexo, esto sería una locura de creer, pero el sexo se les atribuye como la salud a la medicina, porque sus influencias tienen una virtud que compite en la formación de uno ú otro en los sujetos pasibles, de suerte que la influencia tenga más calor o más humedad, [ p.213] la cualidad predominante determina el sexo.

Así el Sol que supera a todos en calor es masculino por influencia, y la Luna que sobrepasa a todos los otros en humedad es femenina. Júpiter que es más caliente que húmedo coopera con la generación masculina, y Venus que es más húmeda que caliente contribuye a la producción femenina. Saturno cuyo frío excede la sequedad es lo piensa como masculino, en cambio Marte que es aún más seco que caliente tira al sexo femenino; y Mercurio que posee una igual mediocridad de calor y de sequedad es indiferente a ambos sexos, y allí compiten según como está determinado por la combinación con los otros.

He aquí lo que es la influencia. He aquí la manera en la que pasa del cuerpo celeste al sublunar, que son sus cuatro cualidades primitivas, las combinaciones que hacen las alteraciones, y finalmente cómo operan de distintos modos en la producción de los dos sexos comunes a todas las especies, y se determinan en los individuos.

Pero como la fuerza o la debilidad de la influencia depende de dos cosas, de las cuales una es la configuración de los planetas entre ellos, y la otra es el lugar que ocupan, es necesario examinar aún estas dos cosas como preliminares al arte judicial.

[ p.214 ].

CAPÍTULO XXI

De los aspectos o configuraciones de los Planetas.

Por las cosas que he dicho para explicar de qué manera los planetas nos comunican sus influencias, se pudo ver que sólo se modifican o alteran por las distintas combinaciones que hacen con los rayos del Sol que se reenvían los unos a los otros, y que hacen ángulos diferentes según como se configuren los unos respecto de los otros, es decir, según o sus conjunciones o sus alineamientos.

Los Astrónomos han dado a estas distintas configuraciones el nombre de aspecto o familiaridad, pero que a pesar de que los astros no dejan de actuar, sus combinaciones sólo tienen efectos sensibles en el punto de sus aspectos o de su familiaridad, que uno puede determinar, el concurso proporcional de varias luces unidas en un punto para dar conjuntamente el movimiento al sujeto susceptible de ello.

Los Astrónomos han establecido varios puntos de aspectos en los cuales afirman que este concurso de luces puede producir un efecto sensible; y el fundamento que dieron para establecerlos fue que después de haber dividido el cielo en doce partes, y cada parte en treinta grados, como ya lo he dicho más arriba, examinaron de cuantas maneras este círculo compuesto por doce signos podía dividirse en [p.215] partes iguales, de modo que el punto de esta división pudiera hacer con otro punto un ángulo que tuviera fuerza; y sobre este principio Ptolomeico siguieron los rastros de los que los habían precedido, reconocieron solamente seis familiaridades entre los cuerpos celestes; la conjunción que los une, la oposición que corta el círculo en dos partes iguales, de modo que dos planetas están alejados seis signos, o por ciento ochenta grados. El trígono que los aleja cuatro signos, o ciento veinte grados, y que corta el círculo en tres partes iguales; el cuadrado que los aleja tres signos, o noventa grados, y que corta el círculo en cuatro; y el sextil que lo corta en seis alejándolos dos signos, es decir, sesenta grados; y finalmente el antiscio que es cuando dos cuerpos celestes se colocan sobre la misma línea llamada círculo de posición, trazando una línea paralela, es decir, igualmente distante del punto Equinoccial, sea que estén colocados ambos del mismo lado, o bien que estén en las dos partes opuestas, y esta configuración tiene el mismo poder que la conjunción.

Ptolomeo supuso pues que no había otras configuraciones que fuesen capaces de operar efectos sensibles; otros quisieron agregar allí el octil de cuarenta y cinco grados que corta el círculo en ocho partes iguales, y el decil de treinta grados que corta el círculo en doce: pero los antiguos los habían rechazado con razón, porque estos alineamientos no son capaces de formar ángulos bastante fuertes, el rayo no hace más que deslizarse sobre el cuerpo del planeta sin [p.216] reflejarse casi sobre la tierra. Kepler mediante una invención muy ingeniosa quiso también acomodar los aspectos a las consonancias armónicas, y después de adoptar los seis de Ptolomeo creyó que él debía agregar la sesquicuadratura de ciento treinta y cinco grados que no corta el círculo en partes iguales, y el quintil y biquintil, uno de setenta y dos, y otro de ciento cuarenta y cuatro grados; pero ninguna experiencia ha favorecido su invención. Es necesario pues atenerse al sentimiento de Ptolomeo, y no reconocerlas como verdaderas configuraciones, capaces de causar un efecto potente, mas que estas seis familiaridades: la conjunción, la oposición, el trígono, el cuadrado, el sextil, y el antiscio, que tienen un fundamento real, y que tantas experiencias nos las han confirmado.

No se puede dudar que la conjunción y la oposición no sean eficaces. Para el trígono dos cosas lo han indicado, una es que la Luna al cabo de cada revolución anual se encuentra a cuatro signos del Sol, porque si el Sol entrando al punto de Aries está en conjunción con la Luna, aunque al año siguiente volverá a entrar en el mismo signo de Aries, la Luna se encontrará en Leo; y otro es que las conjunciones de los dos planetas superiores se hacen cada veinte años de cuatro signos en cuatro signos, pero la principal razón, es porque el rayo forma entonces el ángulo más natural que es el del triángulo equilátero, que de todas las figuras angulares es el más simple. El cuadrado está marcado realmente en el cielo por los cuatro puntos cardinales de los dos trópicos y de los dos equinoccios, y [p.217] el sextil que es el más débil de todos los aspectos es la mitad del trígono, y va de dos signos en dos signos que forman un ángulo bastante fuerte para reflejar los rayos; mientras que el octil y el decil por la debilidad de sus ángulos demasiado obtusos no pueden devolver el rayo. Y en cuanto al quintil, biquintil y sesquicuadrado, como la nula experiencia y el nulo razonamiento no nos obligan a admitirlos, puesto que ellos no tienen ninguna relación ni con los puntos cardinales ni con el triángulo, los rechazamos.

En estas configuraciones se observó por experiencias continuas, apoyadas en razones sólidas, que la conjunción se determina buena o mala según la naturaleza de los planetas combinados; que la oposición es siempre mala, pero mucho más de los maléficos que de los benéficos; que el cuadrado tiene algo menos de malignidad que la oposición, que sin embargo el de los maléficos es siempre malo, y que el de los benéficos les hace perder mucho de su bondad; que el trígono es siempre bueno, que el de los benéficos es excelente, y que el de los maléficos no solamente alivia su malignidad, sino que los vuelve a veces buenos, y que finalmente el sextil es de la misma naturaleza que el trígono, pero menos fuerte y menos bueno.

Las razones de todo lo que acabo de señalar son sólidas; ya que respecto a la conjunción, nadie puede dudar que una buena o mala cosa unida a otra redoble o su bondad o su malignidad, y le comunique su naturaleza; para la oposición se ve notablemente [p.218] que dos partes del cielo opuestas tienen cualidades completamente contrarias, como los trópicos o los puntos equinocciales; y como la fuerza de la refracción es tanto más grande que la reflexión se hace por un ángulo muy agudo, y que en la oposición los rayos se reflejan por un ángulo muy agudo, no se puede dudar que sea la más fuerte y por su naturaleza la más maligna de todas las configuraciones, además de que ella golpea de más cerca, puesto que según los principios de Geometría cuanto más agudo es el ángulo, más corta es la línea que se le opone; y como el cuadrado es la mitad de la oposición él participa por homogeneidad a su malignidad formando un ángulo recto sobre el sujeto pasible. Pero el trígono tiene una calidad muy beneficiosa no solamente porque se hace entre signos de naturaleza y de cualidad que tienen correspondencia y simpatía, sino porque la simplicidad de la figura del triángulo que es el verdadero símbolo de la más estrecha unión, el amor supone siempre tres términos, el sujeto amante, el sujeto amado, y el vínculo que los une; y como el sextil es la mitad del trígono él participa de su bondad, como el cuadrado participa en la malignidad de la oposición: pero es menos fuerte que el trígono porque el ángulo del hexágono es el doble de aquel del triángulo equilátero, la reflexión del rayo allí se hace con mucha menos fuerza; y en cuanto al antiscio o paralelo él toma la naturaleza de la conjunción, tanto que se haga sobre un mismo círculo, o sobre un círculo opuesto.

Por esta división de los aspectos, es fácil [p.219] juzgar la fuerza o la debilidad de todas las configuraciones: pero es necesario observar que cada planeta tiene según la extensión de su luz una extensión de virtud y de potencia que no se limita al grado preciso que ocupa, sino hacia algunos grados vecinos, de modo que el aspecto es más robusto cuando se hace precisamente de grado en grado, sin embargo tiene fuerza sobre todos los grados vecinos donde se extiende la virtud del planeta según la extensión de su luz: y se observó que el Sol extiende esta virtud hasta 15 grados hacia adelante y hacia atrás de él, la Luna a algunos grados menos, Venus menos que la Luna, Júpiter casi tanto como Venus, Marte y Saturno igualmente, y Mercurio menos que todos los otros. Así cuando la configuración se hace en los extremos de esta extensión de virtud, ella opera, pero cuanto más precisa es, más fuerte es.

Ahora bien los cuerpos celestes hacen todos los aspectos de dos maneras, ó en relación con los signos y con los grados del zodíaco, y es el aspecto que tienen entre ellos en el cielo y que Ptolomeo llama Erga se; o se hacen en relación a los círculos que trazan, y a la posición en la que están con respecto al mundo, y es lo que este Astrónomo llama Erga terram; así dos planetas pueden formar por ejemplo un cuadrado en el zodíaco, uno estando en el primer grado de Aries, y el otro en el primero de Cáncer; o un cuadrado respecto a la tierra, como cuando uno está en el Medio Cielo, y otro en el Ascendente, de modo que hay entre ellos más o menos 90 grados [p.220] de distancia tomándolo en el zodíaco.

Este aspecto en el zodíaco se hace por el movimiento local de los planetas que llegan a tal y cual grado; pero su aspecto con respecto al mundo se hace por la relación que tienen con la tierra según la división de arcos diurnos y nocturnos, lo que es muy fácil de comprender.

Por ejemplo, en la oblicuidad de la esfera donde el mayor círculo diurno es de dieciséis horas y el más pequeño de ocho, la mitad de estas ocho o dieciséis horas se distribuirá en tres casas, cada casa de treinta grados tendrá dos horas y 40 minutos en el gran círculo, y sólo tendrá una hora y veinte minutos en el pequeño, de modo que en el gran círculo un cuadrado de tres casas que hacen noventa grados para la tierra tendrá en el zodíaco ocho horas que hacen cuatro signos o 120 grados, y en consecuencia los dos planetas que se encontrarían, uno en el Mediocielo, y el otro en el Ascendente estarían en trígono en el zodíaco, y en cuadratura respecto a la tierra, y por el contrario en el pequeño círculo las tres casas sólo tendrán cuatro horas que hacen sólo dos signos o sesenta grados en el zodíaco, estos dos planetas situados uno en el Mediocielo y otro en el Ascendente, estarían en cuadratura respecto a la tierra, y estarían en sextil en el zodíaco.

Los planetas sólo tienen pues entre ellos estas dos clases de configuraciones, o en el zodíaco de signo en signo, o por los círculos de posición respecto a la tierra, y todas las demás maneras que otros Astrólogos [p.221] han imaginado no tienen ningún efecto ni están fundados en ninguna razón física confirmada por experiencias.
 

[p.230].

CAPÍTULO XXIV.

De las Cualidades de los signos.

Los Astrólogos no se contentaron con conceder a las doce casas del cielo estos diferentes dominios sobre todo en lo que respecta a la vida de los hombres, sino que les dieron a los siete planetas diferentes dominios sobre los doce signos del zodíaco. Esto es lo que tenemos que examinar ahora. Pero antes de explicar esta distribución, es necesario saber qué naturaleza han atribuido a cada signo en relación con los elementos.

Cada uno de nuestros elementos tiene dos de las cuatro cualidades primitivas, el fuego tiene un calor seco, el aire una humedad caliente, el agua una [p.231] frialdad húmeda, y la tierra una sequedad fría; de modo que responden a las cuatro estaciones tal como las hemos explicado. Y como una estación cambia imperceptiblemente por la extinción de una de sus cualidades, también un elemento se transforma de la misma manera en otro.

Esta diferencia de los elementos les llevó a decir que cada signo tenía relación con alguno; y el calor que experimentamos cuando el Sol está en el Leo, les obligó a atribuir a este signo la cualidad del fuego; a Virgo que le sigue la cualidad seca de la tierra; a Libra la del aire húmedo; y a Escorpio la del agua fría.

Este parecer puede tener su conexión con la estación a nuestro respecto, puesto que si nuestro mayor calor comienza cuando el Sol entra en Leo, la mayor sequedad es mientras corre Virgo; las humedades vienen bajo Libra, y finalmente el frío comienza a hacerse sentir bajo Escorpio.

Pero no se limitaron a estos cuatro signos; y atribuyeron en el mismo orden las cuatro mismas combinaciones de cualidad a todos los que se contemplan en trígono, ellos formaron las cuatro triplicidades, la del fuego compuesta por Leo, Sagitario, y Aries; la de tierra que incluye a Virgo, Capricornio, y Tauro; la del aire que reúne a Libra, Acuario, y Géminis; y la del agua que está formada por Escorpio, Piscis, y Cáncer.

Creyeron incluso encontrar una relación entre las triplicidades y los cuatro humores del cuerpo del hombre; de modo que el del fuego [p.232] responde a la sangre, el de la tierra a la melancolía, el del aire a la bilis, y el del agua a la flema.

Por más locuaces que estos razonamientos parecieran a su entendimiento, nunca me han parecido tener algún fundamento real, y menos aún los que otros quieren extraer de la pretendida homogeneidad de estos signos con algunos de los animales que les prestaron sus nombres.

Sin embargo como no es necesario rechazar a la ligera lo que está establecido a lo largo de tanto tiempo, no intentaré destruir lo que parece una pura quimera a los enemigos de este arte, y prefiero creer que los antiguos, después de muy largas experiencias han reconocido en algunos de estos signos alguna cualidad dominante que los ha determinado a esta división: es así que, a mi juicio, ésta no tiene ningún fundamento sólido y natural, como tampoco tiene nada que repugne a un principio de la Física no desapruebo que el Astrólogo siga el sentimiento que Ptolomeo tuvo con respecto a ello de los antiguos.

Pero en cuanto a las divisiones de cada signo en ciertas partes cortadas que este Astrónomo sobre el registro de los Egipcios atribuyó a algunos planetas bajo el nombre de Términos (o Fines) no hubo nunca una quimera más impertinente ni más indigna de proponerse por un hombre quien como él pretendió fundamentar todo lo que dice sobre razonamientos naturales. Y para mí admito que cuanto más que he querido hacer el examen y la aplicación sobre todas las clases de incidentes, más he encontrado en estos pretendidos fines una visión tanto frívola como ridícula [ p.233 ]

Y en efecto pregunto a Ptolomeo donde afirma él que reside la virtud de estos fines. Si dice que es en las estrellas que componen al signo, estas estrellas desde su tiempo han cambiado en más de 25 grados por la precesión de los equinoccios, y así todo su razonamiento estaría invertido. Si dice que es en el espacio vacío del cielo contenido en los grados del signo por él designados y sin aplicación a las estrellas, él atribuiría una virtud influyente a un lugar vacío y sin luz, lo que está contra del verdadero principio de la Filosofía celeste, que Sin luz no hay influencia.

Se encuentran también en su cuadripartición otras divisiones de estos signos donde una sola me parece física y natural, que es cuando los divide en signos móviles o cardinales en los que en los dos puntos de los trópicos y de los equinoccios se hacen los cambios de las estaciones; en signos fijos que están a mediados de la estación y parecen propiamente fijarlo, y en los signos mutables, que son los últimos de cada estación, y en los cuales se encuentra a la cima de su cualidad dominante.

Pero cuando él quiere que todos estos signos sean alternativamente masculinos y femeninos, que los unos sean mudos, los otros mutilados, los unos estériles, y los otros fértiles por una insípida relación con la naturaleza o el nombre del animal que la fantasía de los hombres ha colgado por rótulo a una casa, como cuando Juntino dice que un hombre es mudo porque tiene a Mercurio y a la Luna en Piscis que son mudos, en verdad es necesario tener una debilidad de espíritu terrible para caer en semejantes puerilidades. [p.234] .

Rechazadas así todas estas divisiones que no tienen ningún fundamento natural, no más que estos imaginarios dominios de ciertos signos sobre ciertas regiones o ciertas villas; estas son visiones vanas, todo el cielo domina sobre toda la tierra, y si alguna estrella tiene alguna fuerza particular sobre una región, es cuando le es vertical, ya que entonces como toda influencia según mi principio es llevada por la luz, y cuanto más cae a plomo esta luz más fuerza tiene, por la misma razón que las estrellas del otro polo que nunca se levantan para nosotros, no nos influyen para nada.
 
 

CAPÍTULO XXV

Del dominio de los planetas sobre los signos del zodíaco.

Después de que los astrólogos hubieran dividido los signos del zodíaco en tres signos de fuego, tres de tierra, tres de aire, y tres de agua, es decir, al asignarles las cualidades de estos elementos, creyeron que los planetas tenían algún dominio particular sobre algunos signos, o al menos que tenían más simpatía con unos que con otros; lo que los obligó a asignarles a cada uno domicilios propios, y he aquí de que manera han hecho la división de su imperio.

Como el Sol es indudablemente el más caliente de todos los cuerpos celestes, y la fuente misma de todo el calor, le han [p.235] dado su imperio en el signo que ocupa a nuestro respecto el tema más caliente, es decir en Leo. Y como la Luna es el más húmedo de todos los planetas, e incluso gobierna todo la humedad de los cuerpos sublunares, ellos le asignaron el dominio sobre el signo de agua más cercano a Leo, es decir sobre Cáncer, y les dieron una casa particular a estos dos luminares sobre un único signo. En cuanto a la distribución del resto, como Mercurio es el planeta que gira más cerca del Sol, le asignaron su dominio sobre los dos signos más próximos a las dos casas de los luminares; y así Géminis y Virgo le correspondieron en suerte; Venus por la misma razón tuvo los dos siguientes que son Tauro y Libra; Marte más distante del Sol que Venus, tuvo a Aries y Escorpio; Júpiter que le sigue tuvo a Sagitario y a Piscis: y finalmente Saturno el más distante de todos obtuvo en el reparto a los dos signos opuestos a los dos luminares.

Aunque esta distribución no sea más que una ingeniosa invención del espíritu del hombre sin ningún fundamento real, se puede sin embargo encontrar cosas muy convenientes a la naturaleza de todos los planetas, de las cuales la primera es que Mercurio indiferente se junta con los dos luminares, que Venus el menor de los dos benéficos está en sextil con el Sol y la Luna, que Marte el menos maléfico los observa en cuadratura, que Júpiter gran benéfico los ve en trígono, y que Saturno el gran maléfico se encuentra en su oposición. [p.236]

Además de eso han querido que cada planeta estuviera exaltado en un signo que imaginaron propio a su naturaleza. El Sol en Aries, que a su juicio es un signo de fuego y en el cual introducen lo que se refiere a nosotros. La Luna en Tauro vecino de Aries, donde está en sextil con su domicilio propio, y en el domicilio de Venus con la que simpatiza. Dieron a continuación a Mercurio extremadamente seco su exaltación en Virgo signo seco y vecino del domicilio del Sol, y a Venus en el que la humedad prevalece, le asignaron a Piscis signo húmedo, domicilio de Júpiter, y en sextil con su casa propia. Para Marte muy seco lo hacen exaltar en Capricornio signo seco y casa de un maléfico, y Júpiter caliente y húmedo en Cáncer que está en trígono con su propia casa; y finalmente Saturno muy frío tiene su exaltación en Acuario signo opuesto a la casa del Sol que es la fuente del calor.

Pero como el mal está opuesto al bien, se quiso que las casas opuestas a sus domicilios o a sus exaltaciones fuesen llamadas su caída y su exilio. Y sobre este plan se afirma que los planetas aumentan su fuerza en sus domicilios y en sus exaltaciones, y que se debilitan en las casas de su exilio y de su caída.

Así el sol tiene por casa a Leo, por exaltación a Aries, por exilio a Acuario, y por caída a Libra.

La Luna tiene por casa a Cáncer, por exaltación a Tauro, por exilio [p.237] a Capricornio, y por caída a Escorpio.

Mercurio tiene por domicilio a Géminis, por exaltación a Virgo, por exilio a Sagitario, por caída a Piscis.

Venus tiene por casas a Libra y a Tauro, por exaltación a Piscis, por exilio a Aries y a Escorpión, y por caída a Virgo.

Marte tiene por casas a Aries y a Escorpio, por exaltación a Capricornio, por exilio a Libra y Tauro, y por caída a Cáncer.

Júpiter tiene por domicilio a Sagitario y a Piscis, por exaltación a Cáncer, por exilio a Géminis y a Virgo, y por caída a Capricornio.

Y Saturno tiene por casa a Capricornio, por exaltación a Acuario, por exilio a Cáncer, y por caída a Leo.

Ptolomeo con toda su filosofía, habría tenido dificultad en establecer sobre razones convincentes la certeza de estos imperios; sin embargo es necesario decir así mismo lo que ya dije en relación con la imaginación de las triplicidades, que no hay ninguna razón física que pueda probar que la cosa sea como se la ha dicho, pero que no teniendo nada tampoco que rechace a los principios naturales, y dado que la cosa se estableció desde hace mucho tiempo sobre experiencias que sirvieron a aforismos cuyo efecto se ve a menudo, no deben abandonarse ligeramente.

Porque de imaginarse que en un arte conjetural, y que se estableció sobre experiencias cuyas causas a menudo se ocultan [p.238] en el seno profundo de la naturaleza, no se debe reconocer ninguna regla de las que no se tenga una prueba y certeza matemática, sería querer exigir a un arte falible más de lo que no le exigiríamos a una verdadera ciencia.

Es suficiente pues que tres cosas se encuentren entre las reglas de las que se sirve la Astrología. Una que no choquen con los principios naturales, la segunda que se encuentren exactitudes físicas que sirvan al menos de razones aparentes, y la tercera que grandes experiencias lo confirmen. Todo lo que posea estos tres caracteres no puede ser rechazado razonablemente: ahora bien estos dominios de los planetas sobre estos signos no rechazan a los principios naturales, se aducen las razones de conveniencia, y la experiencia los confirma todos los días: no es pues más razonable rechazarlos por capricho, que querer como Morin darlos por cosas de una certeza innegable.
 

[p.241]

SEXTO LIBRO.

PRIMER CAPÍTULO.

Lo que se objeta contra los juicios Astrológicos.
 

Después de haber dado una idea de lo que puede ser el objeto de la Teoría Astronómica, es necesario ahora descender en la aplicación que el astrólogo puede hacer para extraer sus conjeturas, y formar sus juicios.

La mayoría de los que están mezclados con este arte, lo han estropeado abandonando los principios naturales para predecir más de lo que se puede aprender de sus astros; y el exceso al cual han querido llevar sus predicciones los ha hecho caer en tanto errores, que el arte fue menospreciado por culpa del Artífice.

Se ha visto porque lo he dicho en el Libro precedente, la cualidad de los cuerpos celestes, lo que es su influencia, la manera en la que la transporta a cuerpos sublunares, la división del zodíaco, la cualidad de los doce signos que lo componen, las regencias de los planetas sobre estos signos, la división de la figura en doce casas, la fuerza diferente de estas casas, sus atributos particulares, y el número, y la cualidad de los aspectos; y esto es a lo que me parece que puede reducirse todo los preliminares de la Astrología, los juicios no están fundados [p.242] más que sobre el efecto de todas estas cosas examinadas en sus distintas circunstancias y modificaciones.

Es necesario hacer ver ahora de que modo se pueden extraer de las situaciones, y de las configuraciones diferentes de todos estos cuerpos celestes, algo seguro para el futuro.

Los que desprecian este arte, tienen por costumbre objetar seis cosas. La primera, que si los accidentes deben llegar, es inútil predecirlos, puesto que no pueden ser evitados. La segunda, que se ve caer a los Astrólogos en errores tan continuamente, que no se debe dar ningún crédito a lo que dicen. La tercera, que dos personas que nacen en el mismo momento tienen suertes muy diferentes. La cuarta, que la vida del niño comienza en el momento de su concepción, y no en el momento de su nacimiento. La quinta, que es casi imposible obtener con certeza este punto de nacimiento. Y la sexta, más fuerte que todas las otras, es que las influencias de los cuerpos celestes que están contenidas en las cuatro cualidades primitivas, es inconcebible de qué modo por más calor o más frialdad, más sequedad o más humedad estas influencias pueden determinar la fortuna del hombre, que no tiene ningún relación con estas cualidades materiales.

Para responder por orden a estas objeciones, digo sobre la primera, que no es necesario imaginarse que las influencias de los cuerpos superiores actúan sobre los hombres con una potencia absoluta, y por un orden divino [p.243] tan inviolable, que nada sea capaz de decidir o de desviar los efectos.

El movimiento de los cuerpos celestes es en verdad perpetuo, igual, y sigue invariablemente la Ley que Dios le ha prescrito; pero los cuerpos inferiores están sujetos a una infinidad de cambios; y aunque las influencias parten, y proceden de estas causas superiores, que actúan necesariamente y sin variar, ellas son recibidas en cuerpos variables; y así el cuerpo variable somete al cambio a la influencia, que en sí misma es invariable.

Digo pues que el hombre puede desviar los efectos previstos de estas influencias, como Sócrates triunfó por su resolución sobre todo cuanto habría podido producirle de malo las fuertes inclinaciones que lo empujaban al vicio.

Nada más alejado de la verdad pues que las previsiones de este arte sean inútiles, se puede al contrario extraer cuatro utilidades muy considerables: La primera, es conocer los temperamentos, para prevenir las enfermedades, y desviarlas: La segunda, conocer las malas inclinaciones para corregirlas, y a qué ciencia se puede recurrir más fácilmente para sujetarse: La tercera es la de tener su espíritu preparado para las desdichas cuyas malas influencias nos amenazan, con el fin de llevarlas con más paciencia, y más firmeza; pero la principal es la de reconocer en sus obras a Dios todopoderoso, adorar su sabiduría, y imitar esta obediencia perfecta con la que los astros siguen inviolablemente el curso que Dios les ha prescrito. [p.244]

En cuanto a los errores de los Astrólogos, convengo que son infinitos. Pero, porque los Estatuarios ignorantes mutilen una estatua, ¿es necesario abolir la escultura?, porque los Médicos temerarios maten a los enfermos ¿destruirá uno la Medicina? ¿Porqué arrojar sobre el arte el error del obrero?, y ¿es necesario culpar a una ciencia porque aquellos que quieren ejercerla sin capacidad abusan?

Para aquellos que dicen que dos niños nacidos en el mismo momento tendrán una suerte diferente, esta es una objeción contraria a la experiencia; y nada más alejado de la verdad que la cosa sea como la suponen, yo sostengo, por el contrario, que si se encontraran dos niños nacidos en el mismo momento, bajo el mismo meridiano, y la misma elevación del polo, tendrían en proporción la misma fortuna. Digo en proporción y en relación con su estado; ya que no es necesario imaginarse que porque el hijo de un burgués nazca en el mismo momento que el hijo de un príncipe, ellos tendrán la misma fortuna en vida. Todo lo que se recibe, se recibe a la manera de quién recibe: Así la misma influencia hace un efecto diferente, aunque igual en especie en dos hombres de distintas condiciones, nacidos en el mismo instante; y la misma influencia que hará a Gallus Canciller, hace a Théobon pequeño Sacerdote, el Cura de su Parroquia, y Lucas, hijo del vinicultor, el Baile de su pueblo. Pero para confundir esta objeción, y hacer ver que el mismo punto de nacimiento crea la misma fortuna en dos sujetos dispuestos aproximadamente igual, quiero reportar un ejemplo del que tengo a más de veinte testigos vivos. [p.245]

Un hombre joven que se dice Abad, preso en el Châtelet, me rogó que trazara su figura; él estaba en prisión por una nadería; lo examiné, y dije que él sería colgado. Sin embargo salió absuelto, y burlóse de mí; pero tres meses después volvió a entrar por un nuevo hecho y fue colgado. Mientras que él estaba allí por segunda vez, un joven abogado de buena familia fue puesto en la misma prisión por muy poca cosa; el también me rogó que trazara su figura; la vi, y teniendo la idea del otro aún presente, la busqué en el portafolio, y habiendo dado con ella, encontré que ambos habían nacido en el mismo momento, a la misma hora, el mismo día; y así le efectué un juicio similar al del que se burlara: Sin embargo en el momento en el que él creyó salir, cometió un nuevo crimen; y por otra parte se descubrió un robo en el que él era cómplice; lo encerraron en los calabozos, y un mes después del Abad, el abogado fue condenado a la horca; y sobre la apelación, que poderosos amigos habrían hecho para que no fuese condenado más que a las galerías, murió en el camino, atado a la cadena. He aquí pues ambos nacidos en el mismo momento, ambos ladrones con llaves falsas; ambos al mismo tiempo en la misma prisión, teniendo incluso el mismo Soplón, juzgados por el mismo Juez, y muertos a la misma edad, uno atado a una horca, y el otro atado a la cadena. Uno se llamaba Galais, y el otro el Abad de Pougeole.

Digo pues que es imposible que de dos hombres nacidos en el mismo momento, uno sea feliz, y el otro infeliz: Las particularidades de su fortuna serán diferentes [p.246] en relación con sus diferentes condiciones, diferentes comercios, distintos vínculos; pero la misma bondad o malignidad de las influencias actuará siempre sobre ellos; puedo decir que sobre más de 4000 figuras que examiné, no encontré más que estas dos del mismo momento.

En cuanto a los que objetan que el niño comienza a vivir en el momento de su concepción, y que es la influencia de los astros en este momento la que debe determinar su fortuna, y no la de su nacimiento; es un error: Ya que el niño en el vientre de su madre no vive por sí mismo; sino que es solamente una parte de su madre viviente, y no recibe las impresiones para determinarlas por sí mismo, hasta el primer momento que respira el aire, y que vive aparte, y por sí mismo. Así son las influencias de los astros sobre su madre, las que disponen de él mientras forma parte de ella; y esa es la razón de tomar el lugar del nacimiento, y no el de la concepción, que opera solo durante el tiempo que vive dependiendo de su madre.

En cuanto a la incertidumbre del momento del nacimiento, y de la dificultad de tener el verdadera, es ridículo hacer una objeción al arte, puesto que si el Astrólogo por este defecto cae en el error, no es la falta del arte, y es lo mismo que se culpara a la Medicina, porque un hombre que tiene una enfermedad se quejara a su Médico de que lo tratara mal.

Pero este momento puede ser rectificado por los accidentes, como lo aprendimos de Ptolomeo; y es la única manera de encontrarlo, [p.247] las otras vías que se proponen no son más que quimeras.

Resta pues la sexta objeción, para la cual conviene hacer un capítulo separado.
 
 

CAPÍTULO II

Cómo las cuatro cualidades primitivas pueden determinar la fortuna.

He planteado como principio Físico de la Astrología judicial, que sólo la luz portaba la influencia de los cuerpos celestes sobre los cuerpos sublunares, y que esta influencia no consistía en otra cosa que en las diferentes alteraciones, y las distintas mezclas del calor, del frío, de lo seco y de lo húmedo.

Ahora bien, en razón de encontrar la dificultad de concebir cómo estas cualidades materiales, que no pueden sino calentar, enfriar, secar o humedecer, pueden cooperar a la fortuna o al infortunio de los hombres, ser causa de los encarcelamientos, de los exilios, de las muertes violentas, del felicidad en los negocios, en el matrimonio, en los empleos. Pero tómense la molestia de seguirme paso a paso, y voy a mostrar cómo la cosa opera.

Es necesario en primer lugar comprender, y la cosa es fácil y natural, que el temperamento depende absolutamente de la diferente combinación de estas cualidades, y que según el cuerpo sea más caliente o más húmedo, más frío o más seco, tiene su temperamento diferente, porque la dominancia de estas [p.248] cualidades hace abundar en el cuerpo el humor que le responde; y así el calor influido vuelve la sangre más abundante, la sequedad hace dominar la bilis, el frío la melancolía, y la humedad la flema.

Es desde allí que se ven los sanguíneos más vivos y más bermejos; el biliosos más rojizos y más inflamados; los melancólicos más pálidos, más negros y más lentos; y los flemáticos más blancos y más suaves. Ahora bien, no se debe dudar que lo que determina en los cuerpos las distintas combinaciones de estas cualidades sean las influencias de los astros, según la disposición en la cual se encuentran, y según la diversidad de los rayos de luz que se extienden sobre el cuerpo en el momento del nacimiento; pero cuando digo sobre el cuerpo, es necesario entenderlo desde Ptolomeo, en el aire que este cuerpo respira en el momento que nace.

Ahora bien, la impresión de estas influencias habiendo regulado estas cualidades dentro de ciertos grados, el temperamento se forma por correspondencia al estado preciso en el que en este momento inevitable los cuerpos celestes se encuentran situados; y según que temperamento se establezca forma en el centro del corazón del hombre, y en su cerebro, sus inclinaciones.

Digo en el corazón y en el cerebro, que en todas las funciones de la vida actúan de común acuerdo, porque el hombre sólo tiene dos principios de vida, el calor y la humedad; uno viene del Sol, y otro de la Luna, y es su mezcla bien moderada que hace la larga vida, como la alteración de uno o del otro hace la [p.249] destrucción del ser vivo. Ahora bien, el Sol que es amo del corazón, allí coloca la sede del calor que él influye, y que controla; y la Luna que controla la humedad pone la sede en el cerebro donde se vuelve la maestra.

El temperamento forma pues las inclinaciones del hombre según estas cualidades dominantes; y de esta manera los sanguíneos son osados, aman la gloria, la alegría y el placer; son agradables, atractivos, bien proporcionados, elocuentes, equitativos, misericordiosos, piadosos, buenos, ambiciosos, generosos, liberales y espléndidos, y llevan a los empleos que observan la Religión, la Policía y la Justicia.

Los biliosos son temerarios, brutales, violentos, arrogantes, desordenados, peleadores, coléricos, inconstantes, desconsiderados, disolutos en los placeres, pródigos, raptores, traidores, astutos, despiadados, y llevan a todo lo que va a derramar sangre.

Los melancólicos son prudentes, económicos, avaros, tímidos, desconfiados, discretos, precavidos, hablan poco, funcionan con peso y lentitud en todas sus acciones, pacificadores, pero vengativos, disimulados, supersticiosos, y llevados a la retirada.

Los flemáticos son débiles, fríos, flojos, facilistas, perezosos, estúpidos, desconfían de ellos mismos, no osan emprender nada, teniendo miedo de todo, afeminados en los placeres, y no buscan más que el descanso y el ocio.

He aquí las características principales de cada temperamento; pero como todo hombre tiene una mezcla de todos los cuatro humores, y más o menos de unos que de otros, esto es lo que hace la diversidad infinita [p.250] de los temperamentos y de las inclinaciones; de modo que a menudo la malignidad de uno malo aumenta la maldad del otro, o corrompe su bondad, como la bondad de uno bueno corrige la malignidad del malo.

El hombre pues determinado por su temperamento a ciertas inclinaciones, como a ser avaro o pródigo, sincero o pérfido, suave o brutal, regula sobre la base de ellas sus acciones: Ya que hay pocos hombres quienes tienen la fuerza, o quienes quieren tomar la resolución de remontar el torrente; es decir, de resistir la inclinación que la naturaleza les da, y de tomar otro camino que aquel que les traza esta inclinación.

Pues como las acciones de los hombres hacen su buena o mala fortuna, que estas acciones son la obra de sus inclinaciones, que estas inclinaciones están determinadas por el temperamento, y el temperamento regulado por las influencias de los astros; es por esta gradación que los cuerpos celestes no son sólo los signos, sino las causas eficaces de nuestra felicidad y de nuestra desdicha.

Pero empujando más lejos la dificultad, y proponiéndose una nueva; ya que, suponiendo que se está de acuerdo que por esta consecuencia los astros que nos inclinan sean por nuestras acciones las causas primitivas de nuestro buena o mala fortuna: uno se pregunta cómo es posible que esta influencia que es en general feliz o infeliz, pueda determinar específicamente nuestra felicidad o nuestra desdicha, a tal o cual cosa particular.

Por ejemplo, cómo Saturno en el Mediocielo, como el mío, observando desde un [p.251] cuadrado infeliz al Sol que cae en la sexta casa, causa la privación de dignidad y de honores, puesto que según el principio físico que establecí, toda esta influencia se reduce a que el rayo del Sol, transportado al cuerpo de Saturno se enfría y se deseca, y reenvía al cuerpo sublunar una influencia fría y seca.

Para responder a esta objeción, y sobre este ejemplo, es necesario reanudar lo que dije en el otro libro, que el Sol tiene un dominio especial sobre los honores, y que la experiencia ha comprobado que cada casa de la figura tiene un particular dominio sobre algo, se está convencido de que la décima se refiere a todo lo que concierne a la dignidad y los empleos, y que además de eso la fuerza o la debilidad de las casas distribuye la fuerza o la debilidad de los planetas.

Así pues, Saturno en el Mediocielo, en la cúspide de la más fuerte casa angular, está muy fuerte, y tanto más maligno por cuanto está en Aries, que es su caída. El Sol, por el contrario, que es amo por exaltación del Mediocielo, está debilitado en la sexta casa en la que cae; y su rayo cuadrado e infeliz dirigiéndose a Saturno, que está precisamente a la vanguardia del Mediocielo, este planeta maligno lo envenena, y determina que su veneno actúe sobre lo que el Mediocielo domina, que son los honores y las dignidades. Así la malignidad de esta influencia recibió su especificación de la casa donde se formó el ángulo de la reflexión del rayo desafortunado del Sol.

Y si este Saturno hubiese estado en la octava [p.252] casa, que es la de la muerte, la malicia de la influencia habría estado determinada a especificar una muerte infeliz, si otras influencias no la habían desviado; y es porque todo el fundamento de la astrología judicial depende de los atributos de las casas de las que no se puede dictar sin embargo ninguna razón física, y sin las cuales no se podría entrar en ninguna especificación de juicio.

Pero, se dirá, aún no es suficiente, y es necesario otorgar la razón de cómo esta frialdad y esta sequedad que Saturno comunicó a los rayos del Sol pueden operar esta desdicha, y qué relación pueden tener con la pérdida de una dignidad.

Yo respondo que lo frío y lo seco son dos cualidades destructivas por el obstáculo que aportan a todas las funciones, y que estando así determinadas por su situación obstaculizarán a la dignidad, continúan destruyendo por su principio de destrucción el curso de lo que estaba prometido por el Sol, dominador propio de los honores y del Mediocielo.

Ya que es necesario colocar por máxima, que todo no se produce, y no se conserva más que por un calor moderado por la humedad, y que lo frío y lo seco, o el calor y la humedad inmoderados van siempre a la destrucción, que esta primera constitución moderada causa el éxito de todas las funciones, y que las otras disposiciones impiden el éxito [p.266].
 
 

CAPITULO VII

De las cosas que se pueden o no se pueden prever por la Astrología

La temeridad de los Astrólogos de todos los tiempos animó justos murmullos contra la arrogante vanidad de sus predicciones, porque la curiosidad inoportuna de los que los consultan, y la avidez de predecir y vender sus promesas, les impulsan a ultrajar un arte que tiene límites mucho más estrechos que aquellos que se le confieren.

En efecto, no es más que un descaro excesivo, ver a algunos astrólogos como yo he visto, y sobre todo en Italia, que no queriendo encerrarse en conjeturas que pueden fundarse en principios naturales, se atreven a producir predicciones frívolas, y llegan hasta especificaciones [p.267] ridículas, como la de decirle a un hombre que será herido sobre un caballo blanco o negro; que una mujer se casará con un hombre rubio o castaño, que tendrá cierta marca en el rostro, y miles de impertinentes pobrezas similares. Son puros ofensores, que por la prostitución de su arte lo deshonran y atraen un justo menosprecio sobre los otros.

Es también esta loca seguridad con la que ellos afirman como indudables sus conjeturas, la que hizo decir que este arte debiera ser condenado como destructor de la libertad del hombre; y en efecto, estos impostores dispensando sus predicciones por ciertas y por inevitables, nos privan de la potencia que tenemos para desviar por nuestra determinada voluntad el efecto de sus amenazas.

Para evitar esta temeridad culpable, sólo es necesario concebir que todo lo que arriba al hombre debe ser distinguido en tres distintas especies o naturalezas de accidentes, que deben cambiar en tanto especies la naturaleza de sus predicciones.

Ciertas cosas llegan al hombre por la única fuerza de su temperamento sin ninguna cooperación de la voluntad, y yo las llamo naturales, como el ser melancólico o alegre, taciturno o parlanchín, elocuente o alelado, cobarde o valiente, avaro o liberal, deseoso de aprender o de una indolente falta de curiosidad, tener el cuerpo sano o achacoso, y sujeto a ciertas enfermedades. He aquí la primera clase totalmente independiente de la voluntad del hombre, porque no depende de nuestra voluntad el ser tímidos o valientes, melancólicos o alegres, y así de los otros.

La segunda clase de cosas que llegan a los hombres, y que yo llamo mixtas, son aquellas en las que el temperamento y la voluntad actúan unánimemente, cuando esta última es arrastrada por su debilidad en la inclinación hacia adonde el otro la empuja, pero de una manera, no obstante, que es llevada allí libremente y sin necesidad; como un hombre parlanchín que ventilará un secreto por la comezón natural que tiene de hablar; una mujer que se prostituye por el impulso de su inclinación, un pendenciero que mata o se hace matar a propósito por la imprudencia de sus enojos; un ladrón que se hace capturar por la inclinación que tiene a robar, y que él habrá recibido de las malignas influencias de Mercurio mezclado con los maléficos.

Por último, la tercera clase de eventos que yo llamo de pura libertad, son esos cursos de acciones que parten de una voluntad determinada, independientes de todo temperamento, y que se sitúan por encima de todas las inclinaciones naturales, y triunfando a su propia inclinación, triunfa también a la influencia maligna de las Estrellas.

Como si un hombre, llevado naturalmente al asesinato y a la crueldad se determinara a vivir en una extrema dulzura y moderación; que una mujer inclinada por sus Planetas a prostituirse, votara por una animada y perseverante buena voluntad a la Virginidad, y triunfara a todos los aguijones que la tientan; y que un hombre llevado al fraude, al robo y a la perfidia, fije su voluntad en vivir con toda la integridad y sinceridad de un hombre honesto, de modo que todas las acciones que [p. 269] llevaran a cabo no obedecieran a su temperamento, sino que fuesen la obra pura de una voluntad libre y determinada.

No obstante, esta distinción planteada, digo que el Astrólogo puede conjeturar con alguna clase de certeza o de evidencia, todo aquello que en la primera clase puede concernir a la vida del hombre, y en efecto, si la disposición de los cuerpos celestes imprime el temperamento, no es una consecuencia necesaria que pueda preverse todo lo que depende únicamente de ese temperamento. Así cuando yo vea la figura de un flemático que tenga a Saturno conjunto a la Luna en la casa de las enfermedades, prejuzgaré que él estará sujeto a catarros, a los desbordamientos del cerebro, a las gotas, o a las otras inflamaciones, siguiendo los signos y las casa que dominan esos Planetas, o aquellos que le están configurados, y sabré incluso en qué período actuará ese fermento maligno que ha sido impreso en el momento del nacimiento. Pronosticaré incluso con suficiente certeza, si un hombre será pródigo cuando vea a Mercurio con Marte, o que él será avaro cuando vea que ese mismo Mercurio se encuentra junto a Saturno. Veré si él tendrá corazón o será cobarde, si él será lindo o feo, benévolo o falsificador, finalmente todas las cosas en las que la voluntad no tiene parte.

En la segunda especie el Astrólogo no puede ver las cosas más que con mucha incertidumbre y oscuridad, y solamente con una conjetura de probabilidad, porque estando la voluntad del hombre en un movimiento perpetuo, es una temeridad querer fijar un juicio indudable sobre aquello que está en una volubilidad constante.

No obstante cuando yo vea un espíritu engañoso y astuto designado por los principios del temperamento, y que en esa misma figura vea configuraciones malignas de los maléficos, con el planeta que designa ese espíritu, y que esos planetas envenenados tendrán dominio sobre las casas de las prisiones y de la muerte y sobre los luminares; concluiré mediante una conjetura probable o mejor dicho entreveré que dicho hombre siguiendo su inclinación podrá ser un ladrón, y por sus robos encarcelado y penado a muerte; pero como esos robos dependen de su voluntad, que puede determinarlo a no hacerlos, yo sería un temerario, de querer, como hacen comúnmente los Astrólogos, asegurar que algo debe ocurrir indudablemente.

Pero en cuanto a la tercera especie en la que se pretende que encontró alguna vez Sócrates, que la naturaleza había inclinado fuertemente a toda clase de vicios, pero que por una voluntad determinada controló esa inclinación, y a pesar de ella adoptó con confianza y firmeza el camino de la virtud, cuando un hombre tiene esta disposición, y que contra todas las tentaciones de su inclinación permanece también firme como una roca lo es a los choques de las olas que la golpean: Digo que en este caso el arte conjetural de los Astrólogos está destrozado, que le es imposible de determinar sobre las influencias que son derrotadas por una voluntad libre que se fija a todo lo que se le opone.

No obstante, siguiendo esta distinción de la que he formado un gran número de experiencias, [p. 271] no se puede decir que este arte combata algún principio de la Religión, ni que destruya de alguna manera el libre albedrío; y en efecto, un hombre queriendo un día probar mis conjeturas, me dio para levantar la figura de su hermano, sin decirme que él había muerto Cartujo a la edad de 35 años. La examiné en su presencia y le dije que dicho hombre tenía una furiosa inclinación al amor, y que la violencia de esa pasión había sido la causa de algo funesto en la muerte: mi juicio estaba fundado sobre que él tenía Venus en el primer grado de Capricornio conjunta al Sol, dueño de la ocho, ambos en oposición a Saturno, dueño del ascendente, en caída en Cáncer, y en cuadratura con Marte que estaba en el fondo del Cielo, y dueño de la casa de las prisiones: Él me confesó que su hermano había sido muy libertino, dos veces había estado su vida en peligro, pero que a los veinte años había entrado en los Cartujos, donde había vivido quince años en una devoción ejemplar, y que finalmente había muerto súbitamente a los 35 años. De este modo, juzgué correctamente su temperamento, e incluso bastante acertadamente a lo que había arribado cuando su voluntad seguía la inclinación de su naturaleza; pero esta voluntad libre estando determinada a una vida heroica, derrotó el efecto de las influencias malignas que lo habrían conducido a una muerte funesta, y no le dio más asidero a las conjeturas, aunque su muerte súbita poseyó algo de la violencia que yo allí vislumbraba.

No es que las influencias que [p.272] amenazan a un hombre con una muerte funesta, no puedan ser tan malignas y tan fuertes como para que prevalecieran sobre todas las precauciones, como se lo ha visto en dos ejemplos famosos, de una veracidad constante.

Un Bulonés, hijo de un astrólogo italiano, fue advertido por su padre que estaría amenazado de una muerte infame y pública, aunque no había más que bien y virtud en sus inclinaciones. Para volver estas amenazas aún más vanas, se hizo Franciscano, vivió santamente, y por sus eruditas Prédicas adquirió una gran reputación. No obstante, como la Villa estaba dividida en dos facciones, uno de las dos envió al Papa una embajada, y entre los Enviados el Franciscano fue elegido para llevar la palabra; él cumplió con su trabajo con aplausos y éxito; pero al día siguiente de su retorno la facción opuesta indujo a una sedición, y el pueblo furioso capturó a todos los que habían sido parte de la embajada, y sin otra forma de proceso los colgó a todos, y al Franciscano junto con los otros.

El otro ejemplo fue el de un famoso Médico de Venecia, quien habiendo previsto que estaba en peligro de ahogarse, abandonó esa Villa construida en medio de las aguas, y se estableció en Padua, allí vivió largo tiempo tranquilo y con buena reputación: Pero cuando Lorenzo de Médicis cayó enfermo, fue llamado desde Florencia para tratarlo: La mala disposición de la enfermedad hizo fallar sus remedios; murió, y con el grito que se propagó por el Palacio, su hijo que estaba en una habitación separada, atravesó la corte para rendirse ante su padre; y encontrando al Médico cerca de un pozo de agua, con la brutalidad de su cólera y de su dolor, lo tomó entre sus brazos y lo precipitó dentro del pozo, donde se ahogó.

Sin embargo es necesario observar esta regla fija, que por los astros se puede conocer con algún tipo de evidencia todo lo que depende o nace del temperamento independientemente de la voluntad, que no hace más que entrever débilmente lo que depende conjuntamente del temperamento y de la voluntad, de los que toda la probabilidad consiste en que la mayoría de los hombres no resisten a su inclinación natural; y por último, que no se puede conocer todo lo que es obra de la voluntad en sí misma, y determinada contra la inclinación del temperamento.

Pues en fin si el infortunio de una séptima casa, y de los planetas que la dominan amenazan a un hombre con una matrimonio muy infeliz, y tanto de engañar a su mujer como el ser engañado; no es constante que pueda evitar este mal determinándose libremente y por una voluntad firme, a pasar su vida en celibato; sería necesario estar loco para dudar, o para creer que no podrá impedir casarse. Así todo el arte judiciario fallará contra esta resolución inquebrantable por la que el habrá luchado, puesto que sus acciones estando entonces totalmente opuestas a los efectos prometidos por las influencias, y el Astrólogo no pudiendo juzgar mas que en relación con sus influencias, su juicio ya no podrá referirse a sus acciones [p. 274].

Supongamos pues que se puede conocer con alguna clase de evidencia las cosas que dependen del temperamento; se pregunta de qué manera se puede fijar el momento de los accidentes; es decir como habiendo reconocido que la Luna, por ejemplo, herida por una cuadratura de Marte, Señor de la sexta casa, producirá una viruela o una fiebre terciana, aclarará a qué edad y en qué preciso momento actuará ese mal fermento impreso en el momento del nacimiento. Esto es lo que es necesario explicar.
 

[p.340].

CAPITULO XXI

Reglas generales para los Juicios Astrológicos

Fin de los Cuadros de los Filósofos


Referencia de la página:
Patrice Guinard: Eustache Lenoble (1643-1711)
(Un Balance sobre la Astrología en la época de su Ocaso)
(Con los extractos de su 'Urania, o los Cuadros de los Filósofos')
http://cura.free.fr/docum/16lenob.html
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